jueves, 20 de agosto de 2009

"Un adorador, un discípulo" por Fernando Ramírez Pulgar


Que bueno es que podamos entre todos nosotros, los hijos de Dios, edificarnos mutuamente a través de experiencias y meditaciones que pudimos tener a solas con el Señor y Su Palabra. La Biblia es una fuente inagotable de gracia y salvación, de la cual podemos sacar enseñanzas y más enseñanzas... en síntesis, toda la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dios es infinito y lo revela con Su Palabra.

"¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (Romanos 11:33)

"Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12)

En esta oportunidad quería compartir con todos ustedes una porción, mejor dicho, un capítulo, de un libro que el hermano Fernando Ramírez Pulgar está escribiendo y quiere compartir con todos nosotros. Espero que les sea de bendición tanto como lo fue para mi.

MUCHAS GRACIAS FERNANDO!


"Un adorador, un discípulo"

Cuando años atrás sentí el llamado para servir al Señor en mi congregación a través de la alabanza, como muchos cristianos en iglesias de todo el mundo, respondí a ese llamado con una sola herramienta y una motivación. La motivación era un profundo deseo de ser útil en una parte del cuerpo de Cristo que me había acogido. Esa motivación fue el inicio de un proceso que se fue complementando con un grado de compromiso, dedicación, esfuerzos y renuncias.
Como muchos cristianos que son alcanzados por la gracia de Dios y se acercan a una congregación, junto con mi esposa tuvimos un período de discipulado en el cual los fundamentos de la vida cristiana y la Palabra de Dios fueron impregnándose en nuestras vidas a través de la profunda enseñanza y el testimonio de vida de nuestros maestros. Allí fuimos aprendiendo poco a poco cómo acercarnos a nuestro Salvador y más aún cómo El está siempre dispuestos a alcanzarnos y recibirnos, como un padre con sus brazos extendidos. Conocimos a un Dios de amor.

Pero no es mi intención darles a conocer mis primeros pasos en el evangelio por mero gusto. Lo importante de este relato sigue siendo, como les dije desde un comienzo el llamado a servir a Dios. Además de las motivaciones, también respondí a ese llamado con una herramienta y esa era el don que Dios había puesto en mí para tocar un instrumento.
Sin embargo como es lógico y muchos ya lo estarán pensando, con las ganas de tocar, cual sea el instrumento, y con la capacidad de hacerlo, no estamos en condiciones aún de ministrar a Dios a través de una alabanza, como nos enseña la Palabra, en espíritu y verdad (Jn 4,24). Así, como si tuviéramos en nuestras manos un trozo de mármol, las herramientas y el conocimiento de cómo se utilizan, no estamos en condiciones de hacer una escultura, tampoco con esos dos elementos estamos en condiciones de alabar a Dios.
Es aquí donde adquiere una importancia fundamental (y siento que es uno de los pocos sentidos donde la palabra fundamental toma su verdadero significado) un buen discipulado, un tiempo en el cual se fueron poniendo los cimientos de nuestra edificación en la fe.

Un discípulo es más que un aprendiz, es un seguidor que adquiere el estilo de vida de su maestro. En el discipulado se produce una estrecha relación con el maestro, en la cual las enseñanzas temáticas pasan casi a un segundo plano ya que el estilo de vida, la forma de enfrentar cada situación en lo cotidiano de la vida, es la mayor enseñanza, es una enseñanza aplicada de los principios que se entregan. Así como nuestros hijos aprenden de nuestros actos tanto o más que de nuestros discursos, el discípulo lo hace de su maestro. El fundamento que es la Palabra de Dios va fijando nuestra posición en el Reino, cuanto más grande y profundo sea nuestro fundamento, más firme, más segura será la edificación de nuestras vidas cristianas.
El apóstol Pablo nos señala en la carta a los Efesios (Ef. 2.20) la grandeza de nuestro fundamento, que es Jesucristo mismo. El es la piedra angular desde donde va creciendo toda la edificación hasta formar "un templo santo en el Señor".
Conocemos al rey David como el mayor salmista, un hombre que dedicó gran parte de su vida a exaltar las grandezas y las maravillas del Señor. Pero no podemos desconocer hechos de la vida del rey David que son la esencia misma del por qué llegó a exaltar a Dios de ésa manera.

Sin la intención de hacer de este un capítulo histórico, quiero aludir ciertos textos que nos permitirán visualizar mejor el por qué de las palabras de David en los salmos.
En 1 Samuel podemos ver cómo a través de su vida se van dando en forma consecutiva una serie de hechos que lo llevan a reconocer a un Dios lleno de atributos que merecen toda la adoración.
David no fue el primogénito de Isaí, su padre, por tanto al ser ungido por el profeta Samuel se estaba transgrediendo un principio histórico del derecho de la primogenitura. Este principio en el pueblo de Israel es instaurado por mandato de Dios mismo a Moisés (Éx. 13.2).
Para comprender mejor lo trascendente de este hecho dentro del pueblo, debemos considerar varios aspectos de la primogenitura. Esta era la representación del vigor del padre (Gen. 49. 3) y el caso específico de David, no encaja dentro de este perfil ya que era el menor de sus hermanos, ocho en total, siendo él la representación misma del ocaso de la virilidad de su padre. Tampoco representaba la apertura del seno materno, pero Dios muestra su soberanía y sabiduría diciendo a Samuel "no mires lo grande de su parecer, ni a lo grande de su estatura…el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón". David siempre llevará en su mente, como un estigma, este hecho que es el principio del reconocimiento de las grandezas de Dios en su vida. Otra explicación muy clara que nos ayuda a entender la forma en que nuestro Señor ejerce su soberanía al escoger a alguien, sin importar su posición o condición la encontramos en 1 Corintios 1.26-31.
Es entonces, por esta soberanía y autoridad que Dios se "elige", para sí, un rey en el menor de los hijos de Isaí (1 Sam. 16.1). Saúl fue nombrado rey por el pueblo, Dios lo había escogido como comandante o príncipe de Israel, y aunque había ordenado a través del profeta Samuel su unción como rey, es desechado por Dios mismo al no cumplir su mandato y tomar de las pertenencias de Amalec para ofrecerlas en sacrificio. Ahora Dios le daría al pueblo alguien que Él escogería, alguien que fuera conforme a Su corazón (1 Sam. 13.14)

Quisiera tomarme de este texto para resaltar un aspecto de la vida de David que ha sido de gran edificación para mi crecimiento espiritual y que ha llevado a darle mayor fundamento a mi alabanza porque me ha mostrado una característica de Dios que a muchos nos cuesta visualizar por diferentes hechos que tienen su origen en las carencias de las relaciones con nuestros padres, sin querer decir con esto que, en mi caso, no haya tenido un buen padre.
El Señor dice a Samuel "me he elegido un rey". Cómo era este rey que el Señor mismo se había elegido, cuáles eran sus características, o la característica principal para que fuera escogido por Él mismo. Samuel dice a Saúl: "Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón"... ¡Gloria a Dios! Siempre he buscado atributos de mi Señor y aquí encontré algo que me lo estaba enseñando claramente. David era un varón conforme al corazón de Dios, es decir, igual, equivalente, sus propósitos eran los mismos que los de Él.
Ahora podemos a través de la Palabras ir descubriendo un poco más del corazón de Dios. 1 Sam. 17.34-36.
David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.
Cuando Dios reveló a mi vida esta palabra vino un gran quebrantamiento en mi corazón, espontáneamente salían lágrimas de mis ojos sin poder evitarlo. Sentía cómo se iban rompiendo, con dolor en mi corazón corazas que ni siquiera sabía que estaban allí. Ver la valentía, la decisión y la entrega de este hombre por defender a sus ovejas, entendiendo que el corazón del Señor es así. Fuera león o fuera oso, no importaba cuál fuera la dificultad, el problema que estaba aquejando mi vida o la de mi familia. Él estaba allí para cuidarme y para rescatarme de las fauces del pecado para devolverme al redil. Hiriéndolo y matándolo para rescatarnos. Y comencé a entender el por qué de muchas cosas, comencé a ver la mano de Dios en nuestras vidas. Cómo había salido victorioso de grandes dificultades. Cuando mi matrimonio estaba quebrado y pude ponerlo en las manos del Señor, era Él mismo tomando la dificultad y arrancando la quijada para evitar que su mordida fuera mortal. Cuándo mis hijas fueron rescatadas de un embarazo imposible, según los médicos, de llegar a término, era Dios mismo hiriendo de muerte la enfermedad para rescatarlas y traerlas a su redil. Así podría, tal vez, pasarme hojas relatando las veces en que la mano de Dios ha estado sustentando nuestra existencia. Cuánto de cada una de nuestras vidas puede ser vista a través de estos versículos en los que el Señor quiere mostrarnos su corazón de pastor, de padre bueno, protector, amoroso. ¡Gloria a tu nombre Señor!

Antes de su reinado, pasando por el desierto, una y otra vez David, ya ungido por Dios, es librado de sus enemigos. Viviendo aún con ellos, conspirando contra él, procurando su muerte, sufriendo la injusta persecución de Saúl, es el Señor mismo quien se va mostrando como este Dios protector. Hechos que lo llevan a decir "… Jehová, Señor, potente salvador mío, tú pusiste a cubierto mi cabeza en el día de batalla" (Sal 140.7). Palabras que nacen de un corazón agradecido, agradecimiento que brota de manera espontánea al reconocer las grandezas de Dios en su vida, a cada minuto.
Un adorador no puede desconocer la grandeza de quien está adorando, por tanto antes de llegar a ser verdaderos adoradores debemos obligadamente ser discípulos conocedores de Dios y sus obras en nuestras vidas. Una experiencia personal que cimentará la profundidad y la veracidad de nuestra adoración.

Por Fernando Ramírez Pulgar
www.pazalasnaciones.com

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